Lunes, 03 de junio de 2013

El balance cantado de la temporada

a suma de cuatro entrenadores, tres preparadores físicos, 33 jugadores utilizados (seis de ellos ya ni siquiera están), dos directores deportivos, nueve consejeros de quita y pon (además de alguno que dimitió antes de firmar) y dos secretarios externos del Consejo hace un total de 53. El fútbol presume a menudo de escaparse de la lógica. Pero no tanto. Cuando un club consigue sumar en esa lista de conceptos lo lógico es que, en paralelo, sume muy pocos puntos domingo tras domingo. Y eso, a los ojos de cualquiera, es un desastre y un rotundo fracaso. Éstos, más allá de los goles y de las derrotas, son los números del Racing de la 2012-2013, la del descenso, la de la vergüenza y quién sabe si la de la despedida. Porque tiene más. Una docena de juicios, un buen puñado de euros en indemnizaciones para empleados que no llegaron a ejercer, una desviación de varios millones en el presupuesto, 32 jornadas en puestos de descenso y –algo faltaba para completar la lista– cien años de historia.

Lo que mal empieza, mal acaba. El Racing ya mostró que estaba dispuesto al más difícil todavía. Desde el capítulo uno de la temporada. El mejor ejemplo de que el caos en las oficinas siempre se traslada al césped fue la destitución del entrenador, Juan Carlos Unzué, antes de que dirigiera su primer partido oficial. Manolo Saiz, el directivo encargado de la planificación deportiva que apostó por el navarro, se convirtió en el ‘niño malo’ de un Consejo que funcionaba a fuerza de mandar correos electrónicos para firmar treinta contratos en diez horas. El díscolo. Así las cosas, los cántabros se presentaron al primer encuentro de Liga con un entrenador cesado (UnzuéGi?o, uno contratado tras dar la espantada de Huesca pocos días antes (Fabri), un presidente sin nombrar del todo (Ángel Lavín) y un dirigente sin cargo, pero manejando cada movimiento (Pernía). Hasta siete de los jugadores que participaron y que perdieron ese primer partido ante Las Palmas (De la Hoz, Longás, Isuardi, Saizar...) han desaparecido a día de hoy de las alineaciones.

Fue la primera piedra en el camino de un mes de agosto en el que las noticias de fútbol se mezclaban con las de guardaespaldas en el palco, dimisiones, venganzas personales, juicios, indemnizaciones, pitadas unánimes en el minuto trece...

El equipo pasó en puestos de descenso por las cuatro primeras jornadas de Liga. Dos derrotas (Las Palmas y Córdoba), dos empates (Sporting y Huesca) y cientos de dudas. Pero al esquema ultraconservador de Fabri le sonó la flauta en su tierra. En Lugo, atrincherado en su área, superó la primera eliminatoria de Copa y, en casa, ante el Recre, obtuvo la victoria más plácida del año (tres a cero). Fabri empezó a utilizar su discurso de los ‘violines’ defensivos y repitió triunfo en Miranda de Ebro con un único tiro a puerta en toda la tarde. El gallego llegó a poner al equipo en el puesto doce de la tabla. Fue tras la jornada siete y no volvió a repetirse.

Porque el excéntrico entrenador que pintaba montañas con castillos en lo alto en las charlas técnicas no gustó nunca en la grada ni en el vestuario. A ambos, aficionados y jugadores, les lanzó culpas en varias ruedas de prensa ‘inolvidables’ en cuanto la cosa se puso fea. Porque, cuando su flor se acabó, la situación –caldeada ya de por sí contra la directiva– se hizo insostenible. Eliminados de Copa y ya en caída libre, la olla se desbordó ante el Villarreal. Con el partido sentenciado al descanso, El Sardinero se puso en pie de guerra y un grupo de radicales quiso tomarse la justicia por su mano al final del partido.

De mal en peor. Fue tan doloroso el cuatro a uno ante el filial del Barça como surrealistas las declaraciones del presidente, al descanso, hablando de ascenso. Frente al Almería, en casa (tres a cuatro), El Sardinero se llenó de cartulinas rojas contra todo y contra todos. Y ante el Castilla, en Madrid, el equipo tocó fondo. Más que por la goleada –cuatro a cero– porque fue una demostración de dejarse ir, de caos, de desorden y hasta de cierta apatía, con un Fabri con la mente en otra parte lanzando frases que invitaban a pensar que estaba deseando que lo echaran. «No estábamos contentos con él», dijeron los futbolistas cuando cesaron a su ‘jefe’. El gallego se marchó sin hablar en Santander, pero dejó caer que «sintió vergüenza de sentarse en el banquillo». Un final digno. Gay fue el sustituto. Tercer inquilino.

La Junta bajo las escaleras

Debutó con derrota injusta ante el Sabadell, pero esa semana –otra más–, en la Cantabria racinguista se habló poco de fútbol. Nadie le presta a este Racing un lugar para celebrar su Junta. Las filas de sillas atadas con bridas en una ratonera, bajo unas escaleras y cerca de los baños, en las tripas de los Campos de Sport, fue una de esas instantáneas que hacen bueno el refrán de ‘una imagen vale más...’. Y todo allí fue un escándalo. Un despropósito mayúsculo. El veto a los periodistas, el abogado reclamando que no le tomaran imágenes, la Policía haciendo caso omiso a los deseos de los dirigentes para desalojar a los medios... En la segunda convocatoria, y tras ocho horas de esperpento, impugnaciones y manos levantadas para votar contra todo, Lavín se convirtió en el primer presidente de la historia del Racing con sueldo. Todo un logro.

Entre tanto, sobre el césped, la etapa de Gay fue un sí, pero no. Hubo cierta mejoría en casa y los fichajes de enero le dieron al bloque algo más de empaque. Pero los partidos en Alicante, Las Palmas o Huelva demostraron que, a domicilio, el Racing seguía sin competir. De hecho, el técnico no sacó nunca al equipo de los puestos de descenso. Las únicas alegrías, una victoria muy afortunada en Gijón y, sobre todo, el partido ante el Mirandés el día en el que el racinguismo organizó su propio centenario. Por unas horas, la afición olvidó su tristeza. Precioso. Miles de personas en las calles en una larga lista de actos sencillos, pero cargados de emotividad. La Plaza de Pombo, los cromos de época, el pasacalles hasta el campo, el banderín del viejo Sardinero... Un oasis en medio de la travesía por el desierto.

Fue corto aquel paréntesis. Porque la actualidad del Racing es devastadora. Llena de frentes, de noticias punzantes. Relatar un solo día es la mejor fórmula para explicar a un vecino de Cuenca cómo se ha vivido aquí el fútbol y cómo repercute esa tormenta sobre la hierba. Un ejemplo. El mismo día que el Parlamento inició sus pesquisas en la Comisión de Investigación sobre Cantur (con el Racing como tema destacado), el club anunció la destitución de Gay. Mientras Pernía hablaba ante los políticos con un grupo de aficionados disfrazados de presidiarios en la puerta, el entrenador se despidió de los futbolistas. Luego habló Montalvo, que atacó a Pernía, a los políticos del Gobierno anterior y a los de éste. A todos. Gay, entre tanto, a los que atacó fue a sus jugadores, que respondieron a su ya exentrenador con otra rueda de prensa. A última hora, los portavoces de los partidos en la Comisión sacaron conclusiones y, desde las oficinas de El Sardinero, confirmaron que Menéndez era el elegido para el banquillo. El cuarto. Todo, en un sólo día.

El anuncio de que no habrá un duro para pagar a partir de abril, la salida de futbolistas que llegaron como refuerzo este mismo año (Bautista, Ruymán, Rochela, Longás...), la irrupción de un brasileño que lleva marcadas las sospechas en un historial más oscuro que sus rizos, los interminables juicios en Madrid, los enfrentamientos de los peñistas con el club para solicitar los documentos de la Junta... Y el equipo, siempre en puestos de descenso.

Las últimas ilusiones

Bueno, siempre no. A Menéndez se le podrán criticar algunas decisiones –Juanmi, los cambios...–, pero es cierto que consiguió dotar al equipo de un carácter desconocido y puso algo de sentido común. Dejó fuera a los que llevaban todo el año sin estar dentro (Bouazza, Jorge Alonso...), ‘arregló’ las tensiones con Jairo (al que se le acusó de ‘echar’ a Gay) y colocó a Yuste en el centro (era un clamor). Con eso, y con el compromiso de buena parte de la plantilla, el racinguismo quiso ver en el arranque de abril algo de primavera.

Después de 19 jornadas, el equipo salió de los puestos de descenso tras vencer a domicilio al Alcorcón. Ese partido hizo sentir a muchos tanta felicidad como las grandes victorias de Primera, como las alegrías de otro tiempo. Una semana, una única semana. Girona, Villarreal, Barcelona B y Almería (con polémicas arbitrales) machacaron las opciones de un equipo que ya pensaba sólo en cuentas y en tropiezos de los rivales. Con siete puntos de desventaja ya se hablaba más de la ampliación de capital que anunció el presidente como «única salida» (y que la afición vio siempre con toda la desconfianza del mundo) que de las posibilidades de salvarse.

A los jugadores, con sus mil limitaciones, sí se les puede dar el mérito de no haberse rendido. Los siete de desventaja pasaron a dos tras ganar al Castilla y al Sabadell y convencieron a la grada del ‘Claro que se puede’. Y se podía si se ganaba al Guadalajara. Pero no se ganó. Ese día la grada se metió en la cama con la sensación de haber perdido algo más que una categoría. Fue una inmensa decepción. El penúltimo gran disgusto de este año maldito.

Fuente: El Diario Montañés


Publicado por Castro2 @ 18:18 | 0 Comentarios | Enviar

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