«¿El del Barça?», preguntó ayer todo aquel al que le sorprendió la noticia del fallecimiento de Juan Carlos Pérez (14-2-1945). El futbolista, al que tan sólo le hizo falta su nombre de pila para ganarse a los aficionados racinguistas y 'culés', se fue sin hacer ruido. Una enfermedad se empeñó en correr tanto como él hacía en los terrenos de juego y ayer, a primera hora de la mañana, en el Hospital Marqués de Valdecilla, se despidió a los 67 años de edad. Desde el pasado mes de agosto, Pérez mantuvo una lucha contra algo que ni los propios médicos han podido precisar, que finalizó ayer junto a sus «verdaderos triunfos». «Mis cinco hijas y mis siete nietos. Hay que aceptar lo que Dios te da», dijo hace unos años. Hasta última hora no supo lo que realmente le ocurría, pero incluso cuando tuvo consciencia de ello, mantuvo la misma actitud que le hizo grande. La misma con la que consiguió, después de un fugaz paso por el Racing, convertirse en el capitán del Barcelona de los años 70. La misma con la que regresó a su Racing, tras siete años en la élite, para colgar las botas.
Se retiró del fútbol cuando quiso, con 33 años. Ni siquiera una rodilla «hecha trizas» le apartó de su trabajo. Más tarde ayudaría a los más pequeños en la Escuela Municipal de Fútbol a entender este mundo y aún volvería al Racing, esta vez como entrenador de porteros. Desde entonces residía en Santander con su familia e, incluso, las últimas cinco temporadas se convirtió en el auténtico capitán de las retransmisiones deportivas en Punto Radio.
«Ese, el 10, lo quiero fichar»
Todo empezó un día de verano. Desde la valla, Laureano Ruiz presenciaba un partido de playeros. «Ese chaval, el 10, lo quiero en mi equipo», dijo el veterano técnico. Jugaba con los Salesianos. Más tarde, aquel número diez fichó por el Reina del Mar. Laureano insistió al Racing para que lo contratara. Su calidad era tal que incluso con aquella edad y en esa época su equipo pidió dinero por su traspaso. Finalmente, aquel fino futbolista llegó a la órbita racinguista en edad juvenil. «Jugaba de extremo izquierda y yo le cambié de posición», recordaba el entrenador ayer con la voz entrecortada. Aquella posición sería la de pivote. La demarcación en la que más tarde brillaría en el mítico Barcelona de Cruyff. Marcial y Asensi a los lados y Juan Carlos Pérez en el centro. El líder de la 'sala de máquinas'. El canalizador del aquel revolucionario sistema de 4-3-3 que hoy utiliza el mejor Barça de la historia y que Juan Carlos capitaneó ya hace 40 años.
Para llegar allí, Pérez se lo ganó con creces. Durante el Servicio Militar entrenaba en solitario por las tardes, hasta que consiguió permiso y pudo hacerlo con el equipo. Militó en el Rayo Cantabria y jugó cedido una temporada en la Gimnástica. Por el camino no descuidó su preparación y cursó estudios de contabilidad. Cuando regularizó sus entrenamientos, apenas le bastó con un año para que el club de la Ciudad Condal se fijase en él. Los 'culés' pagaron ocho millones de pesetas por un joven de 19 años. Llegó al Barcelona y al día siguiente se casó con Inés y alquiló un piso por lo que ahora serían 48 euros al mes. Cinco años más tarde se compraría uno en la capital catalana por 20.133 euros, en la Avenida de Chile, en dónde compartiría portal con Antonio de la Cruz, compañero suyo en el equipo y con Ernest Lluch.
Pronto en Barcelona se granjeó una gran fama. La ambiciosa grada del Camp Nou acostumbraba a decir que Sotil y Rexach brillaban gracias a que Juan Carlos Pérez corría. Ayer, este periódico dio la noticia a más de un compañero y pudo percibir la huella que dejó en Camp Barça.
Son muchos los logros que Pérez sumó en su trayectoria futbolística. Pero, sin duda, siempre será recordado por el gol que le marcó al Real Madrid en el Santiago Bernabéu en la famosa goleada por 0 a 5. Fue un 17 de febrero de 1974. Y el desaparecido futbolista, en un alarde de su sinceridad nunca lo negó. «Tiré a centrar. Vi a Sotil y quise dársela a él, pero García Remón estaba adelantado y se le metió». Era sencillo hasta para contarlo. Nunca fue un fetichista. Apenas guardó un puñado de fotografías y un par de camisetas.
No obstante, el destino quiso reservarle una sorpresa para su último partido. Después de una vida sin ninguna expulsión, tuvo que ver su única cartulina roja el día que colgó las botas. Fue un Racing-Sporting y Pérez no dejaba de lamentarse. «Tuvo que ser aquí, en mi casa. Como para no olvidarme de mi adiós profesional», recordaba cuando se le preguntaba por su despedida. Sin embargo, le dio tiempo para algo más. En ese partido, el Racing ganó por uno a cero al Sporting, con gol del propio Juan Carlos. Aquel tanto le permitió mantener la categoría al equipo de su tierra y también al Espanyol, que necesitaba la victoria cántabra para salvarse. Ese gol hizo que Pérez recibiera la Medalla de Oro del club periquito, único 'culé' que tiene tal galardón.
Hoy recibirá el último adiós de su familia y de sus amigos. Será un acto sencillo, como él quiso. Al primer toque, fácil, como todo lo que hacía en el campo.
Fuente: El Diario Montañés