Jueves, 15 de abril de 2010

Penaltis para vencer al miedo

El miedo paraliza. Agarrota los músculos. Impide pensar. Los caminos se estrechan, las luces se apagan. Como el que sufre vértigo, que se queda clavado sin poder, ni siquiera, retroceder. O como ese instante, en medio de la carretera, en el que un coche frena con violencia porque alguien cruzó a destiempo. El peatón se clava. Rígido por un súbito miedo. Dos penaltis sirvieron al Racing para sacudirse esa terrible sensación, el sudor frío. Para tragar saliva. Ganó. Sin brillo, sin juego, sin gloria. Pero ganó. Y es lo que hacía falta.

Hasta la previa colaboró en poner fúnebre el contexto. Los 'cocos' que persiguen al héroe por el pasillo oscuro habían ganado terreno un día antes. El equipo jugaba en su particular mansión maldita y, para colmo, el que pitaba era un árbitro con el que los cántabros nunca habían ganado en Primera División. Cuando el Xerez se adelantó por primera vez en el Calderón, hasta a la grada le entró el tembleque. En los asientos, murmullos. En el césped, patadones, despejes... Miedo. Mucho miedo.

El Racing apeló en su fútbol a una teoría peligrosa: nada puede salir mal cuando nada se intenta. Sin riesgo, con balones largos que alejaban al temor y al fútbol. Yo no la pierdo, que la pierda otro. Sin encarar, sin tocar, sin pasar por el centro del campo. Un Español reservón -dos de sus mejores futbolistas estaban en el banquillo- hacía poco, pero algo mejor. Y, con eso, hizo sangrar al Racing al poco de superar la media hora. Estuvo dos o tres minutos tocando sin oposición hasta que la bola llegó a Alonso, que se fue de Torrejón y Oriol con una facilidad sorprendente. Gol y silencio de tanatorio.

Respuesta

Lo mejor que puede pasar en estos casos es, precisamente, que pase algo. Y pasó. Aún no habían levantado la mirada del suelo los jugadores del Racing cuando Roncaglia le dio vida en el área a un Tchité otra vez titular por la tozudez de su técnico. El delantero se metió por el hueco entre el balón y la línea de fondo y el central entró al bulto. Tan inocente como claro.

El africano no engaña. Alguien que falla estrepitosamente una ocasión y un minuto después hace una rabona, puede ser malo, pero no cobarde. Brazos en jarra y empate. Gritó de rabia y se abrazó, uno por uno, a todos sus compañeros. Lo tiró bien y esa palabra -bien- junto a su nombre es noticia últimamente.

Fue una máscara de oxígeno para un Racing plano de estética, técnica y táctica. Dicen los futbolistas que cuando va bien, siempre hay compañeros a los que dar el pase. Cuando va mal, las camisetas del color familiar se hacen más pequeñas. El gol salvó un vestuario con flores de cementerio.

Tres en uno

Volver a empezar. El título de una película para contar la intención de la segunda parte. Pero no hizo falta casi nada. En un segundo ocurrió todo. Munitis se convirtió en el personaje simpático que muere para salvar el mundo. Se adelantó al defensa y provocó un penalti que le costó el ligamento y, posiblemente, la temporada. Expulsión, rotura y gol. En una sóla jugada. Kameni se fue a la calle y Tchité decidió que a él eso del miedo no le importa. Volvió a marcar y engordó una estadística que Pernía enviará a media Europa por si llama alguien.

Portugal quiso amarrar y metió a Lacen. Un triángulo con Diop en su vértice más adelantado. Sonó al mismo temor que se olía sobre el césped. Quiso controlar el balón en el centro y estorbar la salida del rival. Él mismo -en una rueda de prensa en la que pedía a gritos que le dejaran irse a dormir después de tanta tensión- reconoció que no salió bien.

Con el marcador a favor, con uno más... Pero peor. Quedaban casi cuarenta minutos y surgió otra palabra: angustia. En la grada miraban compulsivamente el reloj. Una vez. Y otra. Y la maldita aguja no se movía. Para añadir esa música de tensión que crece en cadencia cuando se abre la puerta que siempre está cerrada, el Espanyol, el equipo que jugaba con diez, contaba con una envidiable calma. Movía más y mejor y acumulaba llegadas.

Cuando el disparo de Callejón en el ochenta salió sintiendo el palo se alcanzó el clímax. Ni siquiera la ocasión para un Serrano recién incorporado y la ovación a un Tchité sonriente eran capaces de frenar el dramatismo.

Y, entonces, llegó el público. Listo, inspirado, elegante. Al rescate. Recordando a los del césped que lo de Segunda no es para ellos. La afición del Racing no es la que más suma. Gana pocos partidos, pero no pierde ninguno. Porque seguir animando después de ver lo que han visto en su estadio tiene mérito. Casi que ir ya lo tiene.

Lo mejor llegó al final. La única jugada completa de un Racing agotado por la tensión. Apertura de Diop y Arana hizo lo que se le suponía cuando vino. Correr, amagar y marcar. Respiro de alivio hasta para un Portugal al que ayer le preguntaron si, cuando fichó, pensaba que iba a sufrir tanto. A punto estuvo de decir que no.

Y ya está. Mejor no seguir. Los triunfos valen. De la gloria hablaremos otro día.

Fuente: El Diario Montañés


Publicado por Castro2 @ 21:47 | 0 Comentarios | Enviar

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