Llegó a Santander sin hacer ruido. Eso sí, después de dar un sonoro portazo al mismísimo Manuel Ruiz de Lopera en su despacho de Sevilla y de dejar 'plantados' a Augusto César Lendoiro, en La Coruña, y a Angel Torres, en Madrid. Apareció por El Sardinero, encontró lo que buscaba y firmó por el Racing -¿por una vez, el club estuvo ágil-. Casi un año después, con lágrimas en los ojos y fundido en un fuerte abrazo con Francisco Pernía, abandona la entidad más emocionada de Primera División y dejando tras de sí un debate sobre las razones dadas para no continuar al frente del equipo que se prolongará en el tiempo de forma inevitable.
Él, junto a la plantilla a la que siempre agradece su esfuerzo y compromiso, es el responsable de haber llenado de emociones un Sardinero que ha vivido exaltado una temporada histórica. Un campo en el que han convivido una afición que se conmueve y conmueve con su 'Fuente de Cacho', una plantilla que se exalta con sus éxitos deportivos, y un técnico que se turba con las lágrimas que ha derramado por toda Cantabria.
El «¿Marcelino quédate!» que le ha gritado toda la región no ha bastado para que continúe al frente del equipo, y sólo ha servido para que las dudas surgieran en uno de los hombres más obstinados que ha pasado por El Sardinero. Tan tozudo es que ayer tampoco pudo ocultar que uno de los motivos para no continuar en el Racing es el miedo que tiene a que alguien pueda pensar que ha considerado al club como plato de segunda mesa.
Llegó a Santander y se puso a trabajar. Tanta es su obsesión por la planificación, que aparcó las vacaciones y se centró en el análisis de la plantilla. Sus exigencias, claras, concretas y referentes a todas las parcelas del club. Una plantilla de 22 hombres, dos por puesto; y un vestuario unido, formado por futbolistas comprometidos, que unan y que no separen, aunque ello cueste desprenderse de algunas de las 'vacas sagradas'.
Supervisa todas las facetas. Desde la alimentación, pasando por la preparación, y llegando hasta mínimos detalles, como la altura de la hierba (ayer agradeció el trabajo de los jardineros). Son sus normas. Las tomas o las dejas. Pero si le quieres como técnico, debes acatarlas.
Hablar de fútbol con él es sencillo y didáctico. Huye de los tópicos más habituales para hablar con concreción, claridad, sencillez y sinceridad. Cree en lo que dice y debate sin acritud. Su apuesta no encierra secretos. 4-4-2 en el campo y disciplina táctica hasta la extenuación. Conoce el vestuario y a los jugadores como nadie y estudia a los rivales sin pausa ni descanso.
Munitis, que le catalogó como «el mejor entrenador que he tenido», dijo de él que su gran secreto, además de su capacidad de trabajo, es que piensa como un jugador, que es capaz de adelantarse al pensamiento del futbolista.
Marcelino García Toral, el hombre que llenó de emociones El Sardinero, ha puesto punto final a su etapa en Santander. Sólo le restan unos últimos entrenamientos en La Albericia. Ha dejado una puerta abierta a su regreso en el futuro, pero uno tiene la impresión de que eso, nunca se producirá.
Fuente: El Diario Montañés